Monseñor Luis Augusto Castro: adiós al obispo ‘artesano de la paz’
Con 80 años de edad y una vida de entrega al servicio de la reconciliación y de la paz de los colombianos, falleció en la noche del 2 de agosto en la Clínica Marly de Chía, Cundinamarca, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, arzobispo emérito de Tunja y expresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), responsabilidad que asumió en dos trienios: entre 2005 y 2008 y entre 2014 y 2017.
“Un hombre de Dios, un hombre de Iglesia”. Así lo describe su sucesor en la arquidiócesis de Tunja, monseñor Gabriel Villa Vahos, al destacar el impacto de su labor en la sociedad colombiana y su testimonio como “artesano de la paz, enamorado de la misión, inspirado y prolífero escritor eclesiástico y destacado catequista”. Para el prelado, “su decidido empeño misionero” y su pasión en “la búsqueda de la paz y la reconciliación por las vías del diálogo” constituyen el mayor legado de monseñor Castro Quiroga para las actuales y futuras generaciones.
Vocación misionera
Nacido en Bogotá, el 8 de abril de 1942, desde temprana edad sobresalió en sus estudios de primaria y secundaria en el Instituto San Bernardo, dirigido por los Hermanos de La Salle, a quienes posteriormente encomendaría la dirección de la Institución Educativa Nacional Dante Alighieri, en San Vicente del Caguán, Caquetá, y con quienes apostó por una educación para la vida y la paz, a pesar de las duras condiciones impuestas por el conflicto.
Desde joven descubrió su vocación sacerdotal y misionera en el Instituto Misiones Consolata, una congregación católica de origen italiano dedicada a llevar el Evangelio a los más alejados (ad gentes), en las periferias de la sociedad. Realizó su formación filosófica en la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ) de Bogotá, luego viajó a Bedizzole en Italia, donde cursó su noviciado, y concluyó sus estudios de teología en la Universidad Urbaniana de Roma. Tras su ordenación sacerdotal, el 24 de diciembre de 1967, en la Ciudad Eterna, se especializó en orientación psicológica en la Universidad de Pittsburgh, en los Estados Unidos, y obtuvo el título de doctor en Teología en la PUJ.
Muy pronto, sus superiores le confiaron importantes encargos dentro de la familia consolata y de las obras que lideran en el país. Entre 1973 y 1975 fue vicario cooperador de la parroquia de la Catedral y rector de la Universidad de la Amazonia en Florencia. Posteriormente, de 1975 a 1978 asumió la dirección del Seminario Mayor para los estudios Filosóficos del Instituto Misiones Consolata en Bogotá, alternando como consejero provincial. En adelante, siempre asumiría cargos de alta responsabilidad, primero en el interior de su instituto, como superior provincial para Colombia (1978-1981), y luego como consejero general a nivel mundial, por lo cual se trasladó a vivir a Roma entre 1981 y 1986.
Fue entonces cuando el papa san Juan Pablo II lo nombró obispo titular de la diócesis de Acque Flavie (Italia) y vicario apostólico de San Vicente-Puerto Leguízamo, en Colombia, el 17 de octubre de 1986, donde permaneció por 12 años, hasta su nombramiento como arzobispo de Tunja el 14 de marzo de 1998, liderazgo que asumió durante 22 años, hasta el 11 de febrero de 2020, cuando el papa Francisco aceptó su renuncia al gobierno pastoral de esta jurisdicción eclesiástica, por razones de edad.
Escritor y comunicador
Tal vez una de sus facetas menos conocida ha sido la de escritor. La mayoría de sus obras, publicadas en editoriales católicas como San Pablo o Editorial Celam, versan sobre su profunda experiencia de sacerdote, pastor y misionero. La maravillosa cadena misionera, El amor de mi Diosito o la colección Hola padrecito dan cuenta de ello. En sus homilías en la Catedral de San Vicente del Caguán con frecuencia usaba una pequeña narración o historia de su autoría para explicar el Evangelio, siguiendo el ejemplo de Jesús de Nazaret, que solía enseñar a través de parábolas o casos tomados de la cotidianidad.
También son ampliamente conocidos sus libros sobre misionología e investigación cualitativa, referenciados en seminarios, facultades de teología y centros de formación misionera. Como autor, su extensa producción –¡de más de 30 títulos!– llegó a los teólogos lo mismo que a los cristianos de a pie, por su extraordinaria capacidad de abordar temas densos y profundos, con palabras sencillas y accesibles a todos. Así sucede en Cuando el corazón le habla al corazón, un tratado de misionología pensado para pequeñas comunidades parroquiales, o en El hilo misionero de la historia humana, la última obra que publicó con Editorial Celam en 2020.
Como elocuente comunicador, también favoreció la creación de amplios y diversos ecosistemas comunicativos, sobre todo durante sus 22 años como arzobispo de Tunja.
Apóstol de la paz
Su liderazgo como pastor, siempre cercano a las necesidades de la gente y comprometido a fondo con los procesos de diálogo y reconciliación que ha vivido el país, le mereció múltiples reconocimientos en el interior de la Iglesia y de la sociedad. Con su partida, Colombia pierde a uno de los obispos que más se han involucrado a fondo en la búsqueda de una paz duradera, al tenor de la justicia social y del reconocimiento de las duras realidades que se viven en la ‘Colombia profunda’, donde la violencia se ha ensañado con los más pobres y vulnerables.
Su mediación en el conflicto para favorecer la liberación de secuestrados –como ocurrió con la liberación de los soldados secuestrados por la guerrilla de las Farc en la toma de la base de Las Delicias, Putumayo, a finales de la década del 90– le mereció la gratitud, el prestigio y la autoridad moral y espiritual entre la ciudadanía y los líderes políticos, sociales y gremiales, por su infatigable labor en la configuración de condiciones favorables para la superación de la confrontación armada, allanando las esquivas sendas del diálogo y de la paz.
No han sido pocas las manifestaciones de condolencia y aprecio por su obra indeleble desde los más diversos sectores: sus hermanos en el episcopado, la feligresía colombiana, numerosos políticos y líderes religiosos –incluyendo la Confederación de Comunidades Judías de Colombia– han lamentado su deceso al resaltar su importante papel en instancias decisivas para la paz, como la Comisión de Conciliación Nacional de la Iglesia católica, que lideró e inspiró durante ocho años.
Desde el púlpito y en múltiples instancias sociales, políticas e interreligiosas, no claudicó en su esfuerzo por reconstruir el deteriorado tejido social, sin importar cuán desfavorables fueran las circunstancias, como ocurrió en los tiempos de la ‘zona de distensión’ de las Farc en el Caguán, cuando era vicario apostólico de esta región, o en los días tensos que afrontó cuando en el 2007, siendo presidente de la CEC, acogió a Rodrigo Granda en la sede del episcopado, en Bogotá, ratificando su disponibilidad para favorecer los diálogos y los acuerdos humanitarios entre el Gobierno y el entonces grupo guerrillero.
Monseñor Castro predicó con la palabra y el ejemplo, asumiendo riesgos y opciones a favor de las víctimas del conflicto, de la paz y de la reconciliación en los múltiples servicios que asumió con la convicción de que “la justicia es el nuevo nombre de la paz”, como afirmaba el papa san Pablo VI.
Incluso, su llamado a la paz y a la reconciliación nacional fue aún más insistente en el interior de la propia Iglesia católica. En 2017, al concluir su último periodo como presidente del episcopado colombiano, a pocas semanas de la visita apostólica del papa Francisco a Colombia, fue explícito al decir: “Necesitamos, como obispos, despojarnos de cualquier arrogancia ideológica y espiritual, para escuchar al otro con su bagaje de verdad (...). Nuestro país en estos últimos años ha sufrido de la ruptura del espejo, y ello ha generado una polarización bastante complicada donde cada uno está seguro de tener la verdad completa. Creo que nos hemos dejado influenciar por todo este fenómeno, generando algo de polarización entre nosotros. Necesitamos que el Espíritu Santo nos guíe hacia la verdad completa (...)”, aseveró monseñor Castro, ratificando su postura a favor del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.
La Iglesia y el pueblo colombiano lo despidieron con agradecimiento con la eucaristía que se celebró en la catedral Primada de Colombia, en Bogotá, presidida por el nuncio apostólico, monseñor Luis Mariano Montemayor, y con las exequias que encabezó monseñor Gabriel Villa ayer jueves 4 de agosto, a las 10 de la mañana, en la catedral Santiago Apóstol de Tunja, donde fue sepultado.
ÓSCAR ELIZALDE PRADA
Para EL TIEMPO
Docente-investigador y director de Comunicación y Mercadeo de la Universidad de La Salle.
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