Cuando hablamos de los valores de la Navidad nos referimos al verdadero espíritu de la Navidad: ¿Es la Navidad solo un tiempo de fiesta y consumo? ¿Debemos estar alerta ante una posible decadencia de los valores o podemos disfrutar de toda la diversión sin preocupaciones? ¿De qué se trata la Navidad?
En este tiempo, de manera especial, pensamos en hacer felices a nuestros seres queridos y hacer realidad sus sueños. Por esa razón compramos (a pesar de un presupuesto ajustado) convencidos de hacer nuestro aporte a una hermosa Navidad. Gran parte del consumo navideño son regalos. Sin embargo, el problema no es dar regalos, el problema es no recordar por qué lo hacemos, y nuestro consumo voraz.
Aun así, es importante tener claro que no hay nada de malo en dar como tal, porque dar es un valor.
En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20,35).
Una milenaria tradición de intercambio de regalos
Desde un entendimiento cristiano, en Navidad celebramos el nacimiento de Jesús. Sin embargo, Jesús no nació el 25 de diciembre. La misma Biblia nos brinda pistas al respecto. En Lucas 2,7-8 leemos que los pastores vigilaban sus rebaños durante el nacimiento de Jesús. Pero hoy sabemos gracias a los expertos que los pastores no estaban en los campos en diciembre.
Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño (Lucas 2,7-8).
El 25 de diciembre se popularizó como la fecha de Navidad, no porque Cristo naciera ese día, sino porque ya era popular en las celebraciones religiosas paganas como las Saturnales (en latín Saturnalia) y el cumpleaños del sol.
Una vez finalizados los trabajos del campo se celebraba el solsticio de invierno. Es decir, el final de la oscuridad y el regreso de la luz (renacer). Las Saturnales representaban la igualdad que reinaba originalmente entre los hombres. Era un tiempo de justicia, paz y benevolencia. Los esclavos podían expresarse libremente, la guerra no se permitía y la ejecución de criminales se suspendía. La única actividad permitida era cocinar.
Las Saturnales era la fiesta de la libertad y la desinhibición. Al parecer, los romanos cometían todo tipo de excesos con la bebida y la comida. Eran siete días de bulliciosas diversiones, banquetes e intercambio de regalos. Los hallazgos arqueológicos muestran que lo tradicional era regalar fruta, nueces, velas de cera de abeja y figuritas de terracota.
Los regalos de Navidad simbolizan el regalo de Dios a la humanidad
El emperador Constantino declaró que el día del nacimiento del Sol Invictus, que se celebraba el 25 de diciembre, debía ser considerado como una nueva fiesta cristiana para celebrar el nacimiento de Cristo.
En el 350 el papa Julio I reconoció oficialmente el 25 de diciembre como la Fiesta de la Natividad.
Desde entonces, los regalos en Navidad simbolizan el regalo de Dios a la humanidad: el nacimiento de Jesús como la «salvación del mundo». Ahora bien, el regalo de Dios a la humanidad es amor. Lo que nos hace hijos de Dios es amor. Jesús es amor: «Dios se hizo hombre para que las personas puedan convertirse en hijos de Dios».
Los valores de la Navidad son amor, paz y alegría
La Navidad no es una época, la Navidad es un sentimiento que podemos experimentar todos los días del año si así lo deseamos. Porque el espíritu de la Navidad se manifiesta como amor, paz y alegría.
El amor es un sentimiento que desencadena ciertas virtudes, es decir, puede crear un sistema de valores como la confianza, la empatía, el afecto, la generosidad o el idealismo, entre muchos otros. Une todos los aspectos e intenciones que son constructivos, benevolentes, afectuosos, incondicionales y de naturaleza solidaria.
La paz no es solo la ausencia de conflicto. Es un estado mental y emocional de armonía y concordia, es nuestra disposición a la benevolencia, la compasión y la justicia.
La alegría es un estado de ánimo desencadenado por emociones positivas, basadas en experiencias hermosas como el amor. Es la manera como nuestra alma manifiesta que está a gusto y que está bien.
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Todos deseamos amor, alegría y seguridad (paz)
La mayoría de nuestras compras están motivadas por la idea de felicidad, comodidad y la sensación de protección. Sólo con el paso del tiempo nos damos cuenta que la mayoría de los regalos son absurdos. Con los años aprendemos que las personas a quienes les dimos esas cosas no son más felices o más seguras. Como tampoco lo somos nosotros con los regalos que recibimos.
Somos influenciados por las estrategias de marketing y la industria publicitaria. Detrás del frenesí de compras de regalos antes de Navidad se encuentra toda una industria que nos hace creer que con los regalos y la decoración se puede crear comodidad, seguridad y felicidad. Caer en la trampa es casi inevitable.
Adultos y pequeños somos grandes consumidores. Desde la perspectiva de hoy, muchos regalos son una satisfacción rápida (sustituta) sin efecto duradero (control de dopamina).
La alegría de dar
La cuestión es que somos felices cuando otros son felices, especialmente los niños. Así, aunque la alegría se desvanezca rápidamente, nos gusta regalar y devolver la alegría.
Una persona verdaderamente amorosa no establece condiciones y sigue el principio: «Más bienaventurado es dar que recibir». No importa si somos creyentes o no, personas religiosas o no, todos podemos reunirnos en familia o con amigos -que también son familia- y celebrar con comida y regalos exaltando los valores de la Navidad.
El problema no es dar, el problema es lo que damos
Está en nuestras manos dejar de lado el comercio, el consumo. No usemos la Navidad para demostrar estatus social. La Navidad debe ser la celebración del amor, la paz y la alegría.
Lo más valioso que tenemos es el tiempo, obsequiemos nuestro tiempo a nosotros mismos, la familia, los amigos, los vecinos… la humanidad. Seamos solidarios, pensemos en los hambrientos, los enfermos y los solitarios. Llenemos el corazón con sentimientos amorosos, la mente con pensamientos positivos y el alma con belleza trascendental, esa que es eterna y leal.
No llenemos nuestras manos con cosas que, probablemente, fueron hechas por esclavos modernos y que antes de la siguiente Navidad ya habremos desechado sin saber cuál será su destino final ni su impacto en la naturaleza. La Navidad es vivencia, vivamos los valores de la Navidad.
Hay muchas cosas de las que me podría haber aprovechado y, sin embargo, no lo he hecho —respondió el sobrino—; entre ellas, la Navidad. Pero, desde luego, cuando llegan las navidades, siempre me parecen una época buena: amable, caritativa, agradable. La única que conozco, en el largo calendario del año, en la que hombres y mujeres parecen ponerse de acuerdo en abrir de par en par sus corazones y en considerar a todo el mundo como compañeros en el viaje hacia la muerte, y no como seres de otra especie que se encaminan hacia destinos muy diferentes. Y, por tanto, tío, aunque la Navidad nunca me haya puesto en el bolsillo ni una moneda de oro o de plata, creo que ha sido beneficiosa para mí y que seguirá siéndolo. Así que digo: ¡Bendita sea! — Charles Dickens, Cuento de Navidad
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