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#217016

La dura situación económica que pasan algunas parroquias de Bogotá

2 de noviembre de 2020
Catedral primada de Bogotà
Imagen:
Vida Nueva
Desde la Arquidiócesis hablan de los efectos que ha tenido la pandemia y cómo los han enfrentado.

"Las misas ya no son iguales. Ya se cumple un mes desde que el pasado 22 de septiembre las iglesias pudieron abrir sus puertas nuevamente en Bogotá bajo estrictos protocolos".

Algunos de ellos han significado cambios en las celebraciones que pueden ser fáciles o no de adoptar para algunos fieles. Por ejemplo, el saludo de la paz, momento en que se acostumbraba a dar la mano o un abrazo, quedó reducido a una venia o a un cruce de miradas que significan lo mismo que los gestos acostumbrados. Pero otras como recibir la comunión en la mano y no en la boca riñen con el sistema de creencias de algunas personas que ven en esto un sacrilegio o por lo menos uno potencial.

Pero los cambios por la pandemia no han sido solo para los fieles, también el clero ha tenido que adaptarse a la ‘nueva realidad’ con menos asistentes en los templos y por lo tanto menores ingresos, además de un salto al mundo digital a la fuerza.

Hablamos con el padre Rafael De Brigard, psicólogo y director de comunicaciones de la Arquidiócesis de Bogotá, quien nos cuenta en nombre de la iglesia católica capitalina cómo los ha afectado la pandemia y a qué cambios concretamente los ha empujado.

¿Cuántos miembros de la vida consagrada de la Arquidiócesis se han contagiado con el coronavirus?

Bueno pues por fortuna no han sido muchos. Que sepamos sólo se ha muerto el capellán de una clínica. Ha habido varios sacerdotes que sí han tenido infección, pero ninguno ha fallecido; no ha sido una cosa muy grande por fortuna.

¿Eso fue desde el inicio de la pandemia o ahora durante la reapertura? A lo largo de los 7 meses, pero yo creo que no han sido más de 4 o 5 sacerdotes.

La campaña de donaciones de “Camino, verdad y vida” se encuentra enfocada actualmente en el sustento de las parroquias. ¿Cómo ha sido el impacto que ha tenido la pandemia en ellas y las obras sociales de la Arquidiócesis, y qué tanto se han logrado recuperar desde la reapertura?

En estos siete meses ha habido varios momentos. En el primer momento, el 18 de marzo, las iglesias se cerraron disciplinadamente como ordenó el obispo y empezó una especie de subsistencia con los ahorros de las parroquias. Pero como lo dijo monseñor Luis José Rueda Aparicio hace unos 3 meses, si esto seguía así, en agosto tendría muchas parroquias en mala situación especialmente en los barrios más pobres.

Es que inclusive antes de la pandemia, en la vida normal, la Arquidiócesis ya subsidiaba a 70 parroquias de las 300 que tiene. Entonces se abrió esta campaña que ha tenido una respuesta interesante, no digamos multimillonaria, pero sí mucha gente católica ha ayudado para la manutención de sus parroquias.

Por otra parte, en varias parroquias nos hemos convertido en padrinos para ayudar a las parroquias más pobres. Por ejemplo esta parroquia de Cristo Rey giró el mes pasado dinero para todas las parroquias de Ciudad Bolívar con el fin de ayudar al sostenimiento de los sacerdotes. La idea es que se mantengan estas ayudas hasta, por lo menos, fin de año. 

Usted habla de 70 parroquias, ¿pero el número se ha incrementado durante este tiempo de pandemia? Sí porque hay otra serie de parroquias en Bogotá, no necesariamente en los barrios más marginados, que están en sectores de población flotante; barrios que antes eran residenciales y hoy son de oficinas.

Quisiera preguntarle por una obra en particular, el Centro de Atención al Migrante. En un contexto de reactivación de la migración de venezolanos hacia el país durante la pandemia, ¿qué pasará con el hogar de paso? Nos tocó suspender el alojamiento, pero siguieron las ayudas a través de paquetes alimenticios, paquetes de ropa; a veces temas de ayuda económica, no mucha, pero una cosa de “tome y siga su camino”, ayudas para conseguir pasajes.

Como lo señalan la OMS y la OPS, el estrés y la incertidumbre que produce la pandemia pueden afectar nuestro bienestar mental. Ustedes, desde antes, venían trabajando en pro de este aspecto con los Centros de Escucha y abrieron la Línea Esperanza durante la cuarentena. ¿Cuál es el balance que deja hasta el momento el trabajo realizado en esta última?

Esa línea ya quedó establecida. Es un servicio que surgió en la pandemia en el que participan sacerdotes, trabajadores sociales y psicólogos. Al principio tuvo mucha acogida. Acceder a este servicio es muy sencillo porque las personas tienen el teléfono directo de quien quieren llamar y no se trata de un ‘call center’ ni nada parecido.

Teniendo en cuenta que hay sacerdotes que viven solos en sus parroquias y en conexión con la pregunta anterior ¿qué ha hecho la Arquidiócesis por el bienestar mental de los sacerdotes?

Ha habido varias acciones. Primero, una comunicación permanente del Arzobispo y los Vicarios Episcopales con los sacerdotes, especialmente con los que están solos. Se trata de un monitoreo telefónico permanente.

Segundo, en esa conversación, se ha buscado saber qué necesidades tienen: si se les acabó el dinero, si están aburridos, si están deprimidos, etc. Todo para poderlos ayudar y que sigan adelante.

Tercero, hemos hecho varios conversatorios. Yo he dirigido dos a través de Zoom. Son charlas psicológicas de salud mental, de prevención y algunos consejos.

Y en cuarto lugar también se ha propuesto que un sacerdote que esté viviendo solo y quiera irse a otra parroquia o a un seminario, pueda hacerlo.

Ha sido importante trabajar en esa parte porque el encierro para un sacerdote que viva solo, con su trabajo suspendido que es lo único que sabe hacer… es como un satélite dando vueltas.

Ahora hablemos de los seminaristas. ¿Cómo ha sido su proceso de formación durante la cuarentena y qué modelo educativo manejarán en adelante teniendo en cuenta que ellos viven donde estudian y hacen servicios o visitan sus familias los fines de semana?

Al principio se retiraron a su casa y ya hace un par de meses volvieron. Están viviendo ya juntos con todas las normas. Lo que ahora se restringe es el acceso externo salvo que sean profesores, pero no hay circulación de gente. Por otra parte, están suspendidos los apostolados en las parroquias para tener la menor circulación posible.

Al inicio de la emergencia por el coronavirus, el Arzobispo de Bogotá y los obispos de las diócesis urbanas de Engativá, Fontibón y Soacha emitieron un comunicado en el que señalaban que la misa virtual era válida y no se incurría en ninguna falta moral ni pecado por no participar en ella presencialmente. Con la reapertura de los templos, ¿esta consideración cambia o sigue aplicando para todos los fieles?

Digamos que cambia relativamente en el sentido en que, como ya lo estamos viendo en muchas de las parroquias, la gente está volviendo nuevamente a las iglesias, pero hay otra que todavía no, entonces se considera que no hay falta porque también hay que tener toda la prudencia.

Esto se ha venido manejando progresivamente, con tranquilidad. El arzobispo nos ha pedido mucha prudencia: el que quiera venir a la misa, que venga; el que no, que lo haga cuando se sienta bien.

Los protocolos de bioseguridad emitidos por el Ministerio de Salud se han aplicado principalmente en las eucaristías, en ese sentido, los sacramentos como los matrimonios, bautizos y confirmaciones no suponen un reto adicional. Pero ¿qué pasa con el sacramento de la confesión en el que puede haber poco distanciamiento? ¿Hay algún protocolo especial en la arquidiócesis para ello?

Sí, son los mismos, pero en ese tamaño. Se ha pedido que si hay confesiones, sean espacios ventilados con separación de alguna barrera. Aquí, por ejemplo, tenemos una de esas telas anti fluido. Siempre hacerlo si se pueden cumplir esas normas. Si no, es preferible no hacerlo para evitar riesgos de lado y lado.

El arzobispo nos ha pedido mucha prudencia: el que quiera venir a la misa, que venga; el que no, que lo haga cuando se sienta bien.

¿Y qué pasa con el sacramento de la unción de los enfermos, especialmente en los hospitales de la mano de las capellanías?

Ese ha sido un tema un poco más complejo y un poco más doloroso porque algunos hospitales y clínicas no permiten que nadie entre a la zona donde están los pacientes de la covid-19. Yo, por ejemplo, he tenido que asistir a varias personas dándoles una bendición a través de una video llamada. Pero también hemos tenido algunos capellanes que se han quedado allá en el campo de batalla, inclusive diáconos en los cementerios atendiendo a las personas, pero sí ha sido un poco triste que no en todas partes dejan entrar.

¿Qué va a pasar con los ministros extraordinarios de la eucaristía que visitaban y llevaban la comunión a los enfermos de sus comunidades parroquiales? ¿Hay algún protocolo especial para su labor?

Sí, de eso se hizo también un protocolo. En principio se dijo que si hay un enfermo de covid-19, no visitarlo. Pero a los demás enfermos si se han seguido visitando. Se les recomienda a los ministros que hagan visitas muy breves, visitas en las que no haya contacto físico.

Esto se ha seguido haciendo, pero no en la misma intensidad porque también hay mucha gente mayor y enferma qué dice “no, no vengan por el momento”. Ahora, por ejemplo, ya estamos abriendo las misas otra vez y volvieron los ministros, pero no todos. Algunos dicen que todavía no porque son muy mayores.

Desde el Plan E se ha enfatizado en la Arquidiócesis en la necesidad de ser una iglesia en salida, una iglesia misionera, una iglesia que sale al encuentro. ¿Una muestra de ello durante la pandemia no sería hacer eucaristías al aire libre, que permitirían además un mayor aforo al permitido en un espacio cerrado?

Esa idea, que parece buena, en la práctica no es tan fácil por varias razones. Una, porque implica una movilización logística: mover muebles, alquilar equipos y adoptar lugares. Segundo, hay muchos vecinos que no se aguantan el ruido público.

Para algunos recibir la eucaristía en la mano significa un sacrilegio y en conversaciones con ellos mencionan que buscan iglesias en las que sí se la den en la boca. Sin embargo, algunos sacerdotes defienden la comunión en la mano por cuestiones de bioseguridad. ¿Qué está haciendo la Arquidiócesis frente a esta discusión?

La sugerencia es que la gente reciba la comunión en la mano, por la salud de ellos y del sacerdote. Digamos que la mayoría de la gente está recibiendo la comunión en la mano con tranquilidad y eso no es ningún sacrilegio. Eso está autorizado por la Santa Sede, por los obispos.

Yo a veces digo “¿con qué peca uno más: con la mano o con la lengua? Lo importante es la disposición interior: usted cómo está recibiendo la comunión. Si se la dan en la boca o en la mano, eso no tiene ninguna importancia. Lo importante es hacerlo con dignidad, con cuidado.

En esas cosas hay que pensar en que el sacerdote es un servidor y hay que cuidarlo. No que porque es sacerdote que se aguante, que se infecte.

Yo a veces digo “¿con qué peca uno más: con la mano o con la lengua? Lo importante es la disposición interior: usted cómo está recibiendo la comunión

¿Qué provecho le ha sacado la Iglesia Arquidiocesana a la pandemia?

Se ha perdido momentáneamente todo lo que es encuentro, acuérdese que la palabra Iglesia quiere decir asamblea en griego, pero surgió entonces todo el tema digital que ha sido un tema interesantísimo. Lo primero fueron misas virtuales, todas las que quiera y con unas asistencias muy grandes. Para uno es un esfuerzo al estar acostumbrado a tener personas ahí en frente, pero yo creo que sí ha sido una ganancia para la Arquidiócesis

Segundo, muchas labores que hacíamos invadieron las redes sociales. Son unas herramientas que ya deben quedarse cuando se acabe la pandemia.

¿Qué retos quedan por enfrentar de ahora en adelante entendiendo que el coronavirus estará en medio de nosotros?

El reto es seguir manteniendo la esperanza de la gente. Eso es un ejercicio espiritual de palabra, de oraciones con todos los medios que tengamos al alcance, presenciales o virtuales. Se trata de mantener la esperanza de la gente en que vamos caminando de la mano de Dios

El segundo es aprender qué cosas nuevas llegaron para quedarse y desaprender algunas cosas de la pastoral que ya no. Habría que mirar cuáles.

Tercero, mantener la cohesión de la Iglesia, mantener a los fieles entorno a su comunidad ahora que estamos dispersos.

Y quizás a nivel del clero, el reto es cómo en realidad damos el salto a esta nueva era que llegó para quedarse.

Otro reto será conservar la solidaridad porque, a veces, es probable que nos cansemos de ayudar. Uno ayuda un par de veces, pero quizás después se desentiende. Creo que hay que mantener ese reto dentro de la Iglesia de estar pendiente de las necesidades de los demás porque va a haber mucha gente que se va a quedar sin empleo, creo que se viene una época muy difícil, una época en la que nos va a tocar esforzarnos al máximo.


 

 

 

Fuente:
Nicolàs Cortès Mejìa- Periodista de El Tiempo
Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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