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Nuestros criterios son los del Evangelio

15 de mayo de 2018

La Iglesia católica en Colombia, a través de la Pastoral Penitenciaria, ha recibido por razones humanitarias en la Fundación Caminos de Libertad, al exguerrillero Jesús…

La Iglesia católica en Colombia, a través de la Pastoral Penitenciaria, ha recibido por razones humanitarias en la Fundación Caminos de Libertad, al exguerrillero Jesús Santrich. Lo ha hecho, como se señala en un comunicado emitido el día 11 de mayo de 2018 por la Oficina de Comunicaciones de la Conferencia Episcopal, como “un asunto humanitario y en coherencia con el principio de la Iglesia de defender la vida humana”. Esta acción no se opone en ningún modo al accionar de la justicia, ante la cual esta persona debe responder por lo que se le requiera y en la medida en que su salud se lo permita. Se trata, pues, de un gesto claramente humanitario y el propósito es tratar de ofrecer condiciones para que la vida de una persona no termine, sino que se recupere y esté también protegida.

No han faltado las opiniones de todo tipo ante este servicio de la Iglesia. Muchos de estos pareceres obedecen a posiciones políticas, unas a favor, otras en contra. Esa es la política y eso sucede en las democracias. También hay opiniones en contra, de origen netamente pasional, que no se ajustan en nada a la verdad de los hechos. Pero la Iglesia obra según los criterios del Evangelio y ha sido absolutamente coherente en este y otros tantos casos diferentes cuando de proteger la vida se trata. De este caso se ha hecho un gran revuelo porque la persona es muy conocida. Pero en la Iglesia que está en Colombia la tarea de salvar y proteger vidas es cosa de todos los días y prácticamente nunca se habla de eso. Desde la Iglesia, a la hora de salvar una vida, no se comienza por ponerles etiquetas de ningún orden: una vida en peligro es una vida en peligro y amerita hacer todo lo que esté al alcance para que no se termine.

En el caso concreto que ahora tiene a la Iglesia en el ojo del huracán de los más apasionados, hay todavía un hecho más profundo y se debería descubrir con claridad. La paz, la verdadera paz, no lo será completamente mientras no se den actos concretos como el que está haciendo la Iglesia, que busca sanar y proteger la vida y no lo contrario, que es lo que parece quisieran unas cuantas personas. Se oyen voces que quisieran no hubiera gesto humanitario con quien no lo tuvo durante su vida en la guerra. Es decir, propugnan devolver mal por mal. Así no se hace la paz y esa no ha sido nunca la ruta de acción de la Iglesia. Quizás un acto como el que ahora con arrojo profético hace la Iglesia podría generar más cambios en una persona que creyó en la violencia, que muchos congresos, viajes, comisiones, papeles firmados, etc.

Dentro de este tema tan complejo, cabe resaltar la actitud y decisión valiente y profética del padre Andrés Fernández, gran apóstol de la pastoral penitenciaria en Colombia. Lo único que ha hecho es ofrecer un lugar donde una vida debilitada quizás pueda recuperarse. Un ambiente para sugerir con sencillez que es mejor acoger la vida que la muerte. En síntesis, ha hecho una obra de misericordia concreta, como lo enseña el Evangelio, para tratar de conservar la vida, por encima de cualquier otra consideración. Contrasta enormemente este gesto digno de un apóstol de Jesucristo con las palabras destempladas de prelados no mitrados que temen arriesgarse en la misericordia y prefieren criterios diferentes a los del Evangelio a la hora de la acción eclesial. El papa Francisco ha sido absolutamente claro en que la Iglesia debe ser hospital de campaña en el cual quepan todas las personas necesitadas de compasión y misericordia.

Finalmente, no deja de sorprender el odio con que se ha reaccionado desde algunos sectores políticos y de la ciudadanía ante este gesto humanitario de la Iglesia. Signo de que todavía estamos lejos de estar reconciliados y en un plan de vida nacional diferente. Desde la Iglesia está clarísimo que todas las energías deben dedicarse a la cultura de la vida y la reconciliación y que no hacerlo es favorecer la muerte y la venganza. Favorecer la vida no obstaculiza la justicia, no crea privilegios, no destruye los verdaderos procesos de paz. Todo lo contrario. Mientras en la sociedad colombiana no se asimile completamente el mensaje de que lo que siempre hay que proteger es la vida, la de todas las personas, seguiremos sujetos al renacer de la violencia y el odio en cualquier momento y lugar y por cualquier motivo. Sobre el deber de proteger la vida la Iglesia no tiene dudas y esa es parte de su misión.

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