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Los dirigentes

25 de septiembre de 2017

Hemos sido muy tímidos para perfilar al verdadero dirigente, bien sea público o privado, sindical o gremial, civil o militar, comunal o barrial. Hemos dejado subir a los…

Pareciera que, en Colombia y, quizás en buena parte del mundo, convertirse en dirigente no es sino un medio para lograr poner el mundo a los propios pies: dinero, privilegios, sexo, viajes, vehículos, servicios personales, propiedades, los mejores puestos, la mejor información. En este panorama no hay prácticamente ningún interés por el bien común, por el respeto a las personas, su honra y sus bienes. Ser dirigente es la oportunidad inédita para el ascenso social o para el abuso del propio estatus. Es la condición sin condiciones limitantes. Es acceder a un grupo de personas que se auto-declaran por encima de toda ley, sea ella civil, ética o natural. Y si es en el Estado, el dirigente rumia la frase del rey: “El Estado soy yo”. En Colombia la unión entre todo este tipo de dirigentes y las acciones de cada uno por separado, aunque casi siempre están en camarilla, es lo que se llama la corrupción. Es toda una construcción de una clase dirigente, menos una minúscula porción, que con cinismo y soberbia está retando a la población colombiana.

Hemos sido muy tímidos para perfilar al verdadero dirigente, bien sea público o privado, sindical o gremial, civil o militar, comunal o barrial. Hemos dejado subir a los puestos de mayor responsabilidad a demasiada gente sin hacer suficientes preguntas. El perfil debería comenzar a construirse desde la procedencia familiar de las personas, es decir, desde constatar que tiene esa base constitutiva de la personalidad sólida y estable. Debería pasar por el conocimiento de los círculos en que se ha construido su actuación personal y social. El perfil debería privilegiar a las personas de condición económica austera y sencilla, tanto en el presente como en las aspiraciones de futuro. En lo emocional no se debería omitir el equilibrio que debe tener quien será foco de toda clase de presiones y fuerzas encontradas. En Colombia llama la atención la historia emocional llena de rupturas de quienes nos dirige y orientan (¡!). En fin, un perfil de dirigente, habría de comenzar por saber si quien aspira a serlo es una persona en todo el sentido de la palabra. Después habría que dibujar las demás características infaltables: preparación, condición ética, idoneidad, etc.

Pero al mismo tiempo que el dirigente debe ser en realidad una persona muy especial, debería estar rodeada de unas instancias que estén prestas a apoyarlo y siempre a vigilarlo microscópicamente. Por más que suene a historia antigua y en desuso, el pecado, dice la Escritura, “ronda buscando a quién devorar”. Cualquier clase de poder, llámese político, económico, social, militar, planteará siempre una tentación para quien lo detenta: usarlo indebidamente, criminalmente. Y tanto personas como comunidades deberían ser absolutamente severas con quien cae en desmanes en la misión recibida. Pero lo que hoy en día se ve, y que parece otra corrupción, es que quien criminaliza sus actos, es rodeado de oportunidades para que sus penas sean muy menores a lo que realmente merece. Esto perpetúa la dirigencia criminal que domina la vida colombiana en una grande proporción.

No se diga, ante este panorama, que no hay retos monumentales para quienes educan y forman a las clases dirigentes en el país. Colegios, universidades, iglesias, escuelas militares y políticas. La acción que han llevado a cabo está siendo demostrado que no ha sido suficientemente contundente o que requiere todavía más intensidad. Los discursos académicos sobre la persona, la ética, la moral, la ley y todo lo que quepa en este perfilar dirigentes, tienen que dejar de lado la timidez, lo gris, los respetos puramente humanos, y ser pronunciados con la mayor claridad y vehemencias posibles pues el terremoto que vivimos está devastando una nación completa. Si alguien tiene dudas de cómo se debe hablar a los dirigentes, lo remitimos a los libros de todos los profetas bíblicos, comenzando por aquel de quien nos dan razón los cuatro evangelios.

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