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230.000 hectáreas sembradas de coca en Colombia

11 de septiembre de 2023
Imagen:
Semana.com

El diario La República, en su edición del 11 de septiembre, informa que el año pasado, en Colombia, estaban sembradas de coca 230.000 hectáreas, con un crecimiento del 12,7 % con respecto al año anterior, en el cual el área sembrada era de 204.000 hectáreas. Y añade el diario: esto indicaría que se pudieron producir 1738 toneladas métricas de cocaína, 24,14% más que el año anterior. Por donde se miren estos datos, el panorama es desolador y desalentador. A los únicos que les produce aliento es a los narcotraficantes y a todos los involucrados en las guerras que hay en el país. Y, también a los consumidores de cocaína.

Lo peor de esta situación es la ceguera que existe, cuando no la falta de voluntad real, para trabajar en serio por cambiar el panorama. Esta realidad devastadora, porque no es otra cosa, ha sido convenientemente rodeada de falsos discursos sociológicos, de explicaciones traídas de los cabellos, de búsqueda de culpables lejanos a nuestra nación, de razones históricas, etc. Pero lo cierto para Colombia es que este negocio, porque no es otra cosa, ha sido la causa de todos sus males contemporáneos. Con sus réditos la guerra se volvió inacabable, la corrupción entró a los palacios de gobierno, la violencia y el homicidio entraron en el ADN nacional, la autoridad fue – y lo sigue siendo-  retada y humillada. Y miles de personas se pudren en las calles consumiendo cocaína que se consigue en cualquier esquina de cualquier ciudad, pueblo o caserío y también vereda.

También resulta extravagante la serie de propuestas que se ofrecen para salir de este cáncer: legalización, erradicación manual y voluntaria, sustitución sin mayor apoyo, etc. En el fondo queda la clara sensación de que este negocio es tan fuerte y poderosos que en últimas nadie pareciera querer que en verdad se acabe. Y no les falta razón: una parte importante de la economía colombiana depende de esta actividad ilícita. Como quien dice: una gran maldición pesa sobre Colombia porque, pese a las cantidades fabulosas de dinero que mueve la coca, a la larga, las consecuencias destructivas son innegables a nivel humano, ecológico, social, estatal.

Colombia tiene que poner los pies sobre la tierra respecto al tema de los cultivos ilícitos. El mundo desarrollado no se va a arrodillar ante nuestros gobernantes envalentonados con discursos de bravucones. Los grupos armados no se van a salir de este mega-negocio si no se les cede el poder político (ojalá monseñor Henao Gaviria les contara a todos en la Iglesia, también a los laicos, qué dicen de todo esto los guerrilleros del ELN). La gran mayoría de los ciudadanos colombianos, dedicados a trabajar honestamente, están hartos de ser tratados como criminales en los aeropuertos del mundo, y vistos con sospecha en casi todas partes. Y también se requiere muchísima más claridad en la posición del gobierno colombiano frente a este flagelo porque con demasiada frecuencia tiene un discurso al menos ambiguo.

En medio de esta realidad innegable, queda la pregunta acerca de lo que pueden realizar en verdad las personas y comunidades de buena voluntad para cambiar en algo la situación. ¿Qué puede hacer la educación a través de sus instituciones? ¿Qué puede hacer la Iglesia a través de sus diversas presencias en medio de los mares de coca? ¿Qué pueden hacer los alcaldes locales que tengan ideales nobles y rectos en medio de esta catástrofe humana y ecológica? ¿Qué pueden hacer quienes están dedicados a la formación y promoción de los jóvenes para que no sean atrapados en esta red realmente satánica? ¿Qué pueden hacer las entidades de apoyo al campesino para que pueda encontrar formas dignas de vida que lo alejen de la esclavitud de la coca? Pareciera que cada uno trabajando aisladamente poco o nada logra, que sea de verdadero impacto.

Quizás un trabajo mancomunado pueda ser la puerta de la esperanza para personas, comunidades y regiones que hoy son en verdad estados dentro del Estado y de las cuales las mafias parecen haberse apoderado sin verdadero contradictor cercano. Por lo pronto, que nadie minimice el tamaño del problema: Colombia tiene verdaderos mares de coca en su interior.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
Fuente:
Dirección-El Catolicismo
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