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Bodas de Plata Sacerdotales

26 de noviembre de 2014
Bodas de Plata Sacerdotales

Con una emotiva Eucaristía en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Nocaima (Cundinamarca), el Ilustrísimo Monseñor Daniel Arturo Delgado Guana,…

Acompañado de su señora madre, de sus hermanos y familiares, de amigos de la región y de 67 sacerdotes, el presbítero dio gracias al Señor por su misericordia y por haberlo elegido, y ofreció un sencillo almuerzo para los invitados. En medio de un ambiente alegre y fraterno agradeció a quienes lo han acompañado en todo su trasegar sacerdotal y a quienes lo acompañaron en esta celebración jubilar.

 

UN SÍ QUE RESUME UNA VIDA 

Homilía en la celebración de 25 años de ministerio presbiteral – 22 de noviembre de 2014 

La ineluctable toma de decisiones: El más preciado atributo de la condición humana y a la vez, el más tremendo riesgo de Dios se resume en la naturaleza libre del hombre. Desde el momento de la creación, la humanidad de todos los tiempos quedó cobijada por la libertad y responsabilizada, al mismo tiempo, de decidir de manera ineludible. Toda la historia personal lo mismo que la de los hombres y mujeres de todos los tiempos se define por las decisiones, bien o mal tomadas, dependiendo de los sistemas de valores, los referentes culturales, las creencias religiosas, los condicionamientos de cada momento, la concepción del mundo. 

Repasar la historia personal, lo mismo que quien hace un examen de conciencia es repasar la ruta de las opciones pequeñas y grandes, porque no hay opciones inocuas, todas son importantes en la urdimbre existencial. Hasta las decisiones erradas, por su naturaleza pedagógica, tienen su espacio creativo en la definición del ser humano. 

La historia de la salvación está atravesada por un vector común que recoge las decisiones de un pueblo y sus consecuencias desde nuestros primeros padres, hasta Jesucristo y prolonga su inalterable desarrollo hasta la venida de la Jerusalén celestial. El no de Adán y Eva y su prolongación en la historia, el obstinado Sí de Dios Padre apostando una y otra vez por la humanidad, el sí de unos al plan de Dios, el no de otros, el sí, inalterable del Padre, recoge los vaivenes de una relación divino-humana que se mece a fuerza de las opciones. El hombre decide su suerte, toda la historia es el compilado acervo de la libertad. 

La decisión que cambió la vida de un hombre: Sentado a la mesa de los impuestos un hombre se debate entre su dinero, su seguridad terrena y un rabí de Galilea que le señala y le llama diciéndole “Sígueme”. El Papa Francisco narra en la historia de su vocación, los largos ratos que pasaba en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma, contemplando el cuadro de la Vocación de Mateo pintado por Miguel Ángel Caravaggio, el diálogo de las miradas del llamado y del que llama, ese dedo tendido hacia Mateo y esa expresión atónita 

del cobrador de impuestos (un pecador público) que parece preguntarle ¿te refieres a mí? ¿Es a mí a quien llamas? se aferra a la bolsa de dinero como quien dice, no señor, yo no estoy dispuesto, yo no entro en tus planes. De esta contemplación derivó la divisa de su escudo episcopal: Miserando et eligendo: mirándolo con misericordia lo eligió. Y cuando es interrogado acerca de su identidad ¿Quién es el Papa Francisco? Responde “Soy un pecador en quien el Señor ha puesto sus ojos”. Esta es la misma experiencia del profeta Isaías: “¡Ay de mí, voy a morir! He visto con mis ojos al Rey, al Señor todopoderoso; yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros” (Is. 6, 5), es la Experiencia de San Pablo “Doy gracias a Cristo Jesús Señor nuestro, quien me fortaleció, se fio de mí y me tomó a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores, Él tuvo misericordia de mí porque yo lo hacía por ignorancia y falta de fe” (1Tim. 1, 12-13). Ante la misericordia divina es imposible quedarse impávido. La misericordia experimentada es la base de la decisión cuando se trata de escuchar y seguir al Señor. 

La experiencia de la misericordia jalona la decisión del discípulo: Es precisamente la experiencia de sentirse amado por encima de su pecado y mirado como sujeto antes que como cobrador de impuestos, lo que lleva a Mateo a levantarse de su oficio, a hacerse discípulo del Señor y a iniciar un nuevo estilo de vida, hasta la muerte. En el texto bíblico parece como un gesto automático “se levantó y lo siguió”. 

La dinámica de las opciones no siempre es la misma, muchas toman largos tiempos, muchas se quedan en el tintero y sin embargo son opciones, porque no decidir es ya haber decidido. Otras opciones son instantáneas, inconsultas, cada una tiene sus tiempos y sus horas. 

La fuerza de la misericordia arranca decisiones, prontas o tardías, pero firmes e inconmovibles, decisiones que involucran el pasado, el presente y el futuro con todas sus consecuencias. Esa fue la experiencia de Mateo, la experiencia de María santísima y la de muchos santos, unos famosos y otros ocultos, unos venerados y otros desconocidos, que movidos por el impacto de sentirse amados siempre tuvieron un sí, un “hágase en mí, según tu Palabra”, ante la llamada de Dios. 

Nuestra historia sacerdotal, la de todos los hermanos sacerdotes que me acompañan y la mía, tiene un elemento común que nos hermana en la decisión de seguir a Jesucristo; aunque no haya sido meditado y comprendido en su momento, en toda la profundidad de sentido, el llamado del Señor, que brota de su mirada misericordiosa sobre cada uno, es el fundamento de lo que hoy somos, hacemos y celebramos. Un buen día de nuestra vida, como Mateo, sentados al borde de nuestras existencias fuimos mirados, amados y escogidos. Y aquí estamos, sentados a la mesa del Señor recordando, revisando, dando gracias, pidiendo perdón y proyectando con la fuerza del Espíritu el camino que falta por andar. 

La tremenda gravedad de un SI: Haber pronunciado un sí ante la llamada del Señor, marcó definitivamente una novedad en la existencia de cada uno de nosotros. Como los caminos de Mateo y de Pablo, y de San José, de Francisco, de Ignacio, de Edith Stein, Clara, etc., se encontraron con el camino de Cristo y se hicieron uno solo, así, convergieron nuestras voluntades con la suya, se sumaron capacidades y misericordia, ministerio y gracia en una sola senda que habla de presencia de Cristo y su amor en medio del mundo, llevado en vasijas de barro. La concordancia de caminos ha llevado a que nuestros caminos sean ahora los caminos del Señor y que sus pensamientos, sean nuestros pensamientos. No en balde el Concilio afirma que el presbítero “Consagrado de una forma nueva a Dios en la recepción del orden, se constituye en instrumento vivo del sacerdote eterno…Todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo.” 

Por otra parte, como elegidos, así como Mateo fue sumado al grupo de los doce con Cristo a la cabeza, también nosotros entramos, por la ordenación, en la comunión de un colegio presbiteral con el Obispo como cabeza. En ese colegio ya no se es un individuo en soledad sino un ser sacerdotal con los demás y para los demás, porque cada uno de nosotros ha recibido, como lo afirma San Pablo, la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado y esto para la edificación de su propio cuerpo místico. La comunión es, entonces, un carácter identificante de los elegidos del Señor y todo el esfuerzo del ministerio debe sumar lo que se requiera en favor de la consolidación de esa comunión. Eh ahí en parte la gravedad de haber dicho SI. 

La gravedad del sí dado y comprometido nos arranca, entonces, de la tentación de construir programas de vida aislados, solitarios, en eso consiste la llamada de Pablo a llevar una vida digna del llamamiento recibido, pues la Iglesia es una, animada por un solo Espíritu, nuestra esperanza es una, nuestra teleología es la misma, una misma es la fe, uno solo es el Señor, y aunque hayamos recibido distintos dones y carismas, todos están puestos para la edificación del mismo cuerpo que es el cuerpo místico de Cristo. No valen aquí aislamientos malsanos, lejanías caprichosas, programas individuales al margen de la vida eclesial y de la comunión trinitaria de la cual la Iglesia es como un sacramento. 

Finalmente debo decir que el precio de haber asentido ante la mirada misericordiosa del Señor ha marcado en nosotros una tarea señalada, nuestro ser y misión no pueden ser entendidos sino desde el ejercicio de la misericordia. La mirada del sacerdote es la misma mirada misericordiosa de Cristo que se dirige y convoca a la conversión. La suerte está echada, el destino sacerdotal es la misericordia, no sólo la de quien perdona sino la de quien se compromete para reivindicar la dignidad de los más pobres y desposeídos, para agacharse a lavar los pies del prójimo, para abrazar, acunar, consolar, para hacer efectiva la maternidad eclesial. 

Aquí es donde el “Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” se robustece en la concreción del amor porque comprende el compromiso que envuelve haberse sentido mirado y misericordiado: “Misericordiam Volo” (Misericordia quiero). 

A María Santísima, que exaltó la grandeza de Dios su Salvador, que sintió la fuerza de ser mirada y bendecida entre todas las mujeres, a ella que supo amar con la misma fuerza de quien la eligió para ser Madre del Mesías, a ella encomendamos nuestro ministerio en el contexto de esta fiesta sacerdotal. Ella, como compañera de la Iglesia naciente acompañe nuestras vidas y nuestro ministerio y nos anime a repetir en cada momento de nuestras existencias Sí, y a hacer de ese sí, una vocación de misericordia, para que su Hijo Jesucristo sea conocido, seguido y amado, para que todos en Él tengan vida. A Él la gloria por los siglos de los siglos, Amén.

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