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LITURGIA Mayo 24 Comunión de vida y comunión en la misión

21 de mayo de 2020
LITURGIA Mayo 24 Comunión de vida y comunión en la misión

A la alegría que nos viene convidando la celebración de estos días de Pascua, el misterio de la Ascensión del Señor viene a sumar un motivo para acrecentar la esperanza…

En los textos del evangelio de la misa de estas últimas semanas de Pascua Jesús viene animando la esperanza de los discípulos sobre la certeza de continuar unido a ellos cuando Él regrese al Padre, para ello el mismo Maestro viene afirmando también que el Espíritu que el Padre envía es el garante y el autor de esta comunión. En el texto de la primera lectura de este domingo (Hechos 1, 1-11) el autor ofrece dos informaciones acerca de la convivencia del Resucitado con los discípulos: les dio pruebas de que está vivo y les habló del Reino de Dios; en este contexto les recuerda la promesa del envío del Espíritu Santo.

La reacción de los discípulos al anuncio de Jesús sobre el Espíritu pone en evidencia que ellos esperaban como fruto de la Pascua una portentosa irrupción de Dios. Frente a una aspiración de espectacularidad el texto intenta desmitificar la expectación para poner el acento en la acción del Espíritu en el mundo a través de la misión de los discípulos. A la inquietud de los discípulos, «¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?», Jesús manifiesta que ellos serán revestidos de la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos del Reino anunciado e inaugurado por Él.

Desde esta perspectiva aflora la dificultad de los discípulos para renunciar a una mirada triunfalista de la salvación. El empeño de Jesús va en otra dirección, Él quiere llevar a los discípulos a asumir la manera como Dios realiza su proyecto en la historia, precisamente contando con la conversión del ser humano.

La escena de la ascensión de Jesús marca el final de la presencia física del Maestro, pero además busca hacer pasar a los discípulos hacia la responsabilidad personal como continuadores de la misión de Jesús en el mundo.

En la descripción de la ascensión el autor del libro de los Hechos y del evangelio de Lucas menciona ‘dos hombres vestidos de blanco’ que también ha mencionado en dos escenas anteriores del evangelio: la de la transfiguración (Lucas 9, 30-31) y la del sepulcro vacío (Lucas 24, 4). En estas tres escenas los personajes vestidos de blanco vienen a explicar el sentido de aquello que los testigos ven.

En la transfiguración los personajes de blanco, que son presentados como Moisés y Elías, hablan con Jesús sobre su ‘éxodo’ de este mundo que debía consumar en Jerusalén; en la escena del sepulcro vacío los personajes vestidos de blanco revelan a las mujeres que Jesús «no está aquí, resucitó» y las invitan a recordar lo que les había dicho en Galilea. En el texto de la primera lectura de hoy, los personajes de blanco igualmente revelan a los testigos el sentido de lo que ven.

Pensamos que estos dos hombres vestidos de blanco, como en las escenas del evangelio según san Lucas, vienen a revelar el sentido del acontecimiento dentro del conjunto de la realización del proyecto del Reino en la historia.

Tenemos que la escena de la ascensión se cierra desmitificando la expectación y poderío: «¿Qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre ustedes y llevado al cielo, volverá como lo han visto marcharse». Los personajes vestidos de blanco dicen a los discípulos, en primer lugar, que no tiene sentido que sigan mirando al cielo, y luego les anuncian que Jesús retornará sin espectacularidad, de la misma manera como lo vieron irse.

El evangelio de la misa de hoy (Mateo 28, 16-20) presenta la última recomendación de Jesús a los discípulos. En estas palabras de despedida Jesús revela, en primer lugar, que la crucifixión lo ha hecho entrar en el ámbito de lo divino: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra», y es precisamente desde esta condición que el Resucitado envía a los discípulos a una misión que tiene alcance universal.

La misión consiste en ‘hacer discípulos’, «hagan discípulos a todos los pueblos». Aquí el texto destaca la vocación de discípulo, es decir, llamado para un permanente y continuo aprendizaje, un llamado para estar siempre en camino tras el Maestro. Ello se ratifica con la manera de realizar la misión: «bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado».

En el caso del bautismo hemos de pensar en una consagración, es decir, pasar a ser ‘propiedad’ o pertenencia de la Trinidad. Mediante el rito del bautismo se declara que aquella persona queda consagrada al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Y la predicación de los enviados como misioneros no se refiere a una doctrina sino a participar de una experiencia de comunión, la misma que Jesús vivió con los primeros discípulos. Los misioneros invitarán a personas de todos los pueblos a practicar lo que Jesús mandó, esto es, a vivir el sentido descubierto en el sermón de la montaña y ratificado por la Resurrección.

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