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Tesoros de la Iglesia católica para vivir el matrimonio

2 de junio de 2016
Tesoros de la Iglesia católica para vivir el matrimonio

En esta época donde la familia es muy atacada, donde la sociedad se inclina más al egoísmo, relativismo y donde también se niega lo que es pecado, es aquí donde la…

Tampoco es fácil encontrar métodos ni consejos para que un matrimonio no fracase. Por eso, resulta urgente promover estrategias de prevención matrimonial. De este modo, es más sencillo ayudar a millones de parejas a no fracasar, a vivir en armonía, a crecer en el amor, a dialogar con una profunda sintonía de corazones, a saber acoger y educar con generosidad a todos los hijos que Dios les conceda como fruto de su amor.

Dejemos entonces a los especialistas en los distintos ámbitos humanos el elaborar estrategias eficaces.  Y miremos las herramientas que podemos aplicar como católicos guiados claro está por el Espíritu Santo, la palabra de Dios y la práctica de los Sacramentos.

La primera ayuda y la más importante, radica en la vida de Gracia. Una pareja de esposos que buscan estar cerca de Dios a través de pequeñas oraciones diarias; que recuerdan con alegría que son bautizados, que han recibido la confirmación, que están unidos en su amor a través del sacramento del matrimonio; que van a misa los domingos y, si pueden, también algún día entre semana; que se confiesan con frecuencia, para recibir el perdón de Dios y así recuperar también la caridad que nos une a los demás cristianos y, ¿por qué no?, también a la propia esposa o al propio esposo... Una pareja que vive así, no tiene energías insospechadas para caminar a través de las dificultades y para disfrutar a fondo las mil alegrías de la vida familiar.

En lugar central de esta vida de Gracia debe ser, siempre, la Eucaristía. Vivir a fondo la misa, recibir a Jesucristo con fervor intenso, buscar momentos para orar ante un Sagrario: un matrimonio que vive de Eucaristía tiene asegurado el éxito completo.

Oración, diálogo, amor y felicidad

La segunda ayuda consiste en el diálogo continuo y cordial con la ayuda del Espíritu Santo. Aunque sabemos de memoria que Dios es Uno y Trino, muchas veces dejamos de lado el papel del Espíritu Santo en la propia vida. Si los esposos saben rezar, individualmente y como pareja, al Espíritu Santo en tantos momentos y en tantas situaciones distintas, recibirán una profunda luz para comprender lo que les pasa, para decidir lo que pueda ser mejor para todos, para mantenerse fieles a los buenos propósitos, para rectificar ante decisiones equivocadas.

Dios, en la Tercera Persona de la Trinidad, está muy cerca de nosotros, nos ilumina y nos apoya de modos insospechados. Sobre todo, nos permite decidir no según el propio punto de vista, sino en función del bien de la familia, incluso a veces a costa de “ceder” un poco para que gane la armonía de los esposos.

La tercera ayuda consiste en la vivencia profunda del Evangelio. ¿Cuántos esposos leen, como pareja, la Biblia y, especialmente, el Evangelio, para recibir luz y fuerza en la vida cotidiana? Es hermoso, en cambio, ver matrimonios que tienen en un lugar emitente, dentro de la casa, una Biblia abierta. No como ornamento, no para presumir a las visitas, sino como un punto de consulta y de inspiración.

Confesión, humildad, perdón

La cuarta ayuda radica en ese realismo tan propio de nuestra fe. Todos somos pecadores, todos tenemos mil defectos por los que pedir perdón. Creer que no tenemos pecados, que uno es siempre inocente y el otro culpable, es iniciar el camino del fracaso matrimonial. En cambio, reconocer que uno tiene culpas, que uno es débil y aceptar también que el otro no es perfecto, permite vivir con mayor serenidad los sobresaltos y las aventuras de la vida matrimonial.

La quinta ayuda espiritual consiste en vivir muy cerca de la Virgen María. Ella fue esposa ejemplar, y una Madre de familia fuera de lo común. Ella sabe ayudar a los esposos a ser bondadosos, alegres, confiados, disponibles. Sobre todo, a estar dispuestos, en todo, para hacer la Voluntad de Dios. Aunque a veces no se vea nada claro, aunque haya que pasar por pruebas muy dolorosas; como, por ejemplo, cuando un hijo se enferma y muere.

Y la última sugerencia consiste en contemplar continuamente una cruz y, ante ella, pensar y dialogar como pareja ante las situaciones normales de la vida y ante los momentos de prueba. También si ha habido alguna infidelidad, para que la parte culpable sepa pedir perdón e iniciar el camino hacia la conversión profunda, y para que la parte inocente sepa perdonar, aunque lo haga con lágrimas de sangre por el daño recibido.

La cruz es central de nuestra fe católica. Nos gloriamos, como dice san Pablo, en la cruz de Cristo (Gal 6,14). La cruz puede hacer que millones de esposos vivan fieles a una promesa de amor que arranca desde el misterio de Dios y que permite, en esta tierra, poderlo cumplir : ¡hasta que la muerte los separe!

 

 

 

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