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País espera la visita de un papa llamado Francisco

30 de abril de 2017
País espera la visita de un papa llamado Francisco

La vida en Bogotá, desde hace ya varios años, se ha convertido en un asunto complejo, denso, difícil. Políticamente se ha instalado en esta urbe gigante un conflicto de nunca acabar que tiene hastiados a sus habitantes. En lo social, la ciudad capital, aunque ha avanzado enormemente en conceptos y realizaciones, sigue siendo el lugar de unas desigualdades que claman al cielo y que no dejan dormir en paz ni a los que las padecen ni a los que las contemplan.

El diario vivir

El diario vivir, comenzando por el movilizarse, es una verdadera pesadilla y no siempre hay oportunidades laborales para todos los que han visto en Bogotá su última esperanza. Al mismo tiempo, esta metrópolis, tiene de todo, en lo económico, lo académico, lo cultural y deportivo. Pero, en general, los bogotanos estamos convencidos de que algo fuerte debe suceder para que la ciudad sea un lugar, o quizás una comunidad, mucho más amigable con las personas, las familias, los niños, los ancianos, con todos. Es una urbe en mora de un fuerte remezón.

La visita de un papa llamado Francisco puede ser la ocasión única. En realidad, a Bogotá hace mucho tiempo que no la visita nadie de talla universal. Y por lo mismo no se ha visto obligada a despertarse para engalanarse, no solo físicamente, sino espiritualmente, humanamente. Este es el sacudón que le convendría a la bogotanidad. El pontífice actual ha demostrado que tiene el carisma, la personalidad, las ideas, el lenguaje y el carácter simbólico suficientes para lograr al menos que sus oyentes piensen la vida de otra manera, una manera más humana, más misericordiosa, más conforme a la justicia de Dios.

Las puertas

Abrirle las puertas de par en par de la ciudad, pero sobre todo del corazón de los que la habitamos puede llegar a ser un verdadero fenómeno sociológico, que impregne de algo nuevo a una población que pocos motivos tiene para ser alegre y esperanzada. Bien vale la pena que el 7 de septiembre próximo Bogotá se vista de fiesta, se sienta una urbe privilegiada y recoja unos frutos de fraternidad que estamos en mora de saborear entre todos los que aquí vivimos.

Motivo de alegría

Pero la visita del papa Francisco es también un motivo de especial alegría para la inmensa comunidad católica que vive en la ciudad capital.  Acaso estamos hablando de 6 o 7 millones de personas bautizadas, si no es que son más. La llegada del vicario de Jesucristo tiene para los creyentes unas dimensiones muy importantes. Por alguna razón, que no es la falta de fe ni la inactividad, esta será la tercera vez que un pontífice romano escoge a Bogotá para compartir con sus habitantes y predicarles la Palabra de Dios.

Ya lo habían hecho Pablo VI y Juan Pablo II. De la visita del primero quedó un legado llamado Instituto San Pablo Apóstol que ha formado miles de jóvenes en forma gratuita en labores técnicas, dentro de los sectores más pobres de la ciudad. Del segundo una fundación llamada Instituto Juan Pablo II dedicada al pensamiento y a la reflexión en muchos campos de la vida social y política de la nación.

De la visita de Francisco quisiéramos que el legado principal fuera un gran entusiasmo por el Evangelio de Jesucristo como él lo entiende, sin tanta glosa y enredo incomprensible. Y, también, una mirada renovada a los marginados de la sociedad para atenderlos, acogerlos y revivir sus esperanzas. Si estas actitudes arraigan con más fuerza, habremos ganado un verdadero tesoro.

Sería magnífico que el 7 de septiembre la ciudad de Bogotá se detuviera totalmente en sus actividades habituales y se dedicara a atender y gozar la visita de un papa llamado Francisco. Sería hermosísimo ver grandes peregrinaciones a pie y en bicicleta rumbo a la Plaza de Bolívar y al Parque Simón Bolívar. Gentes que vayan cantando, rezando, riendo, elevando banderas, portando flores, aplaudiendo. No necesitamos más marchas de insultos, grafitis, manchones de tinta, vulgaridad y grosería.

Un día de felicidad

Un día con los carros guardados, un día en que nadie trabaje, que todo cierre para fijar la atención en una persona, un acontecimiento que bien podría ser el inicio de una nueva etapa de la historia de Bogotá como comunidad humana y comunidad religiosa, porque definitivamente lo es. Debería ser un día en que vecinos de barrio, parroquias, gremios, gobierno local y nacional, instituciones políticas, colegios y universidades, empresas y bancos, todos “compitiéramos” por lucirnos en cuanto al gesto más bello y elocuente de bienvenida al Sumo Pontífice. Y también una sana “competencia” para el que manifieste en la mejor forma su orgullo de pertenecer a Bogotá que, pese a todos los porrazos que le da tanta gente, sigue siendo el eje de la nación y de la fe. Por la visita del papa Francisco vale la pena estrenar vestido.

*Director Oficina de Comunicaciones de la Arquidiócesis de Bogotá

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