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#217016

Misa en la Catedral Primada por las víctimas del carro bomba

21 de enero de 2019
Misa en la Catedral Primada por las víctimas del carro bomba

Toda Colombia, sin distingos partidistas ni ideológicos, se unió en la protesta contra la demencial violencia terrorista

El pasado domingo, en todas las ciudades colombianas, el pueblo se manifestó contra la violencia, contra el terrorismo y contra la muerte, venga de donde viniere.

Los marchantes en Bogotá se reunieron en los alrededores del Parque Nacional y por la carrera Séptima se dirigieron al centro histórico para terminar en la Plaza de Bolívar, allí, el Presidente y su gabinete, el Alcalde y los altos mandos de las Fuerzas Armadas se dirigieron a la Catedral Primada para asistir a una Eucaristía por los cadetes muertos en la Escuela de Policía General Santander.

La Eucaristía fue presidida por el señor cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia y Presidente del CELAM, concelebraron el obispo castrense, monseñor Fabio Suescún Mutis y el Secretario de la CEC, monseñor Elkin Álvarez obispo auxiliar de Medellín; el padre Silverio Suárez, quien es general de la Policía; el padre Jorge Marín, párroco de la Catedral y muchos sacerdotes vinculados pastoralmente con la institución policial. Asistió el Nuncio Apostólico, monseñor Mariano Montemayor y el secretario de la Nunciatura, monseñor Matjaž Roter.

El Presidente tuvo un encuentro muy sentido con las familias de los cadetes fallecidos, uno de ellos le regaló la chaqueta de su hijo.

El Cardenal, en su homilía, tomó un versículo de Evangelio, el de las bodas de Caná, y empezó diciendo que nos falta el vino de la paz:

“La palabra del Señor que acabamos de escuchar nos arroja una luz intensa sobre la situación tan dolorosa que nos ha congregado.  Como en las bodas de Caná, la Virgen María, nuestra Patrona bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, lleva al Señor nuestra angustia. "No tienen vino." Sí, Señor. No tenemos vino, no tenemos el vino de la paz. El estallido feroz del carro-bomba que sembró muerte y desolación nos ha hecho traer a la memoria todas las situaciones de violencia que vivimos en nuestro país. Violencia terrorista, violencia guerrillera, violencia de bandas criminales armados, violencia de delincuentes que acechan por doquier a la población, asesinato sistemático de líderes sociales, abusos permanentes contra las mujeres y los niños, violencia intrafamiliar, violencia en los barrios, en los vecindarios, en el campo, en la ciudad. Violencia también a la naturaleza con la explotación inmisericorde de nuestros recursos y la destrucción sistemática de nuestro suelo.

Violencia cuyo horror miramos hoy de frente al encogerse nuestro corazón con la muerte trágica de nuestros cadetes y el caos sembrado en una de nuestras instituciones más queridas.

También hoy, como en las bodas de Caná, el Señor responde a nuestra angustia y nos pide llenar las ánforas de agua. Nos pide que nos unamos profundamente como país, como nación, como estado, para derrotar a la violencia con las armas de la justicia, de la igualdad, de la equidad, de la fraternidad, de la solidaridad. Nos pide que dejemos a un lado todo lo que nos separa, nos enfrenta, nos divide, todos nuestros egoísmos, nuestras polarizaciones ideológicas y personalistas, que busquemos el interés de la patria y el bien común de todos, sin distinciones de credo, raza, cultura, condición. Nos pide poner por encima de cualquier interés personal o grupista la búsqueda efectiva del bienestar de todos y cada uno de los colombianos, por medio del diálogo y la completa justicia social. El Señor pide también a todos los violentos un arrepentimiento sincero que les permita cejar en su accionar destructor, aceptar el castigo merecido y reparar el daño causado.

Y el Señor responde a nuestros esfuerzos convirtiendo nuestra agua en vino, dándonos el don inmenso de la paz que se construye sobre la base sólida de la justicia integral, del aporte de cada uno al bien común, de la construcción de una sociedad en la que no haya marginados ni excluidos, sino que todos se puedan sentar a la mesa de la vida alcanzando la plena realización de sus derechos y cumpliendo sus deberes para consigo mismo, para con la familia, la comunidad, la Patria. De esta manera, nuestro corazón se llena de esperanza. La muerte y el dolor, sufridos por tantos colombianos a lo largo de nuestra historia y ahora por estos cadetes sacrificados por la insania del terrorismo, no queda inútil, sino que se hace sangre fecunda que engendra una nueva aurora en la que se vislumbra la fuerza poderosa del amor fraterno, alimentado por el perdón, la reconciliación, la ayuda mutua. El Señor nos conceda esa gracia que anhelamos”.

Aquí, el audio de la homilía: 

 

Al final de la Eucaristía, el Señor Presidente se dirigió a los presentes, aquí el audio: 

 

 

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